Mísia es una pionera, un espíritu libre.
Su recorrido se alimenta de viajes musicales, poéticos, geográficos...Sin duda debido a la necesidad de una artista que se ha criado entre dos culturas: la portuguesa y burguesa, casi retirada de su padre, y la de su abuela y su madre, españolas y artistas, exuberantes y desenfrenadas.
Nace en Porto, el lugar donde por primera vez canta fado. Sin embargo decide pasar su juventud en Barcelona y empieza una carrera llena de strass, de plumas y de desnudos en los míticos cabarets del Paralelo donde la extravagancia del desnudo casa bien y mal con lo kitsch de lo trajes, el maquillaje pesado, los códigos estereotipados de las revistas...
Más tarde Mísia decide instalarse en Madrid. Es la época de la movida. La vida nocturna. Nacen los primeros verdaderos espectáculos. Decide volver a instalarse en Lisboa y cantar SU fado. Lo que no sabe cuando vuelve a su país es que el fado está en entredicho desde el fin de la dictadura de Salazar. El fado, instrumentalizado por el poder, ha sido una propaganda del régimen para la represión y el control. Salvo algún gran poema, las canciones vinculaban la estética de Portugal con un país pequeño y pobre, sin ambiciones, pero feliz. La tarea es ardua y Mísia se lanza al invento de un género, el repertorio de los fados tradicionales, toma contacto con poetas y encarga textos nuevos, literarios.
Los primeros éxitos le vienen del extranjero, de España y de Japón en especial, luego de Francia y de Alemania, antes de extenderse por todo el mundo, de tal forma que podemos hablar de una carrera internacional. A partir de 1993, es la segunda artista, después de Amalia Rodríguez, en cantar fado sobre los escenarios más importantes del mundo... cuando no abre nuevos horizontes. Desde los primeros discos la acogida es entusiasta. Los proyectos, siempre creativos, encuentran la adhesión del público y las ventas suben. Los premios caen numerosos.